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Fracking, ¿solución o amenaza?

Está muy de moda últimamente en el sector energético, especialmente potenciado por EE.UU, así como las grandes especializaciones como master energias renovables y master en medio ambiente entre otras complementarias. Pero conviene, antes de analizar sus ventajas e inconvenientes, que definamos a qué nos referimos cuando hablamos de fracking. El fracking o fractura hidráulica es una técnica aplicada a la extracción del llamado “gas no convencional”, “gas de esquisto” o shale gas. A grandes rasgos, el proceso consiste en la inyección a gran presión de agua, arena y diversos productos químicos en reservas subterráneas, para fracturar las rocas y liberar así gas y petróleo. En el caso de EE.UU., pionero en practicar el fracking, llama la atención que este proceso, por una parte, esté posibilitando la explotación de recursos antes inalcanzables (desde la Agencia Internacional de la Energía se apunta a un incremento de las reservas de gas de hasta 250 años), pero, por otra, sea causa directa de la cancelación de buena parte de las inversiones en energías renovables, especialmente en la eólica.

El sector más crítico señala que genera un alto impacto ambiental, pues se sospecha que este método pueda envenenar los suministros hídricos e incluso potenciar la actividad sísmica del suelo. También sostienen que se sirve de grandes cantidades de agua dulce y que genera muchas aguas residuales, con la dificultad añadida de tener que eliminarlas.

Por añadidura, como ya hemos mencionado, y, según la Agencia Internacional de la Energía, el fracking representa actualmente una de las mayoras amenazas para el crecimiento de la energía eólica en todo el mundo. Incluso en EE.UU., segundo mercado del mundo en energía eólica, las instalaciones a ella dedicadas están desapareciendo a un ritmo preocupante.

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Por añadidura, un reciente informe de la Universidad de Cornell (EE.UU.) denuncia que la extracción de gas por fracking puede emitir incluso más gases de efecto invernadero que la del carbón, pues parece que la perforación horizontal de la roca provoca grandes emisiones de metano, mucho más contaminante que el CO2.

Por el momento, el Congreso legislativo de EE.UU. ya ha encargado a la Agencia de Protección Ambiental la elaboración de un estudio sobre el impacto potencial del fracking en el agua potable, la salud humana y el medio ambiente.

No obstante, la implantación del proceso parece imparable en la industria extractiva: se usa en aproximadamente el 90% de los pozos operativos, y la mayor parte de los nuevos lo requerirán para ser viables. Las empresas que lo practican insisten en que el proceso es seguro y lo cierto es que, como era de prever, el éxito de la técnica en Estados Unidos ha atraído la atención del resto de países: en Reino Unido ya han empezado las primeras pruebas de fracking y Polonia, que asumirá la presidencia comunitaria próximamente, tiene como proyecto común europeo la explotación por fractura hidráulica. Por el contrario, Francia está a punto de revocar las licencias de explotación mediante fracking ya concedidas a algunas empresas.

En este panorama conviven las cada vez más numerosas noticias sobre las consecuencias negativas del fracking con un negocio en expansión que parece estar desviando parte de las inversiones previstas para las energías renovables.

A ello se suma un contexto económico muy crítico, en el que buena parte de la recuperación económica depende de la evolución de las nuevas tecnologías energéticas y donde el fracking encuentra el caldo de cultivo perfecto para desarrollarse, al permitir extraer grandes cantidades de gas que aseguran a muchos países un suministro energético autóctono.

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Hasta que se consiga, con la paulatina sustitución del carbón y reducción de las emisiones contaminantes, implantar un modelo energético 100% renovable, el fracking amenaza con congelar las inversiones pensadas para las energías renovables (y hasta para la nuclear, que tras desastres como el de Fukushima goza de escasa fama) durante mucho tiempo.

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