No estamos acostumbrados a hablar de nuestras emociones, ni muchas veces las tenemos claras para saber nombrarlas, y sin embargo son tan importantes que marcan nuestras decisiones y explican muchos de nuestros comportamientos en el trabajo.
De hecho, hay una inteligencia de las emociones, la que conocemos como inteligencia emocional y es determinante para trabajar en cualquier entorno laboral y para tu elección profesional.
Como mostró el científico Antonio Damasio, no hay decisión sin emoción, y eso que procedemos de una cultura racionalista, las emociones son fundamentales para sobrevivir.
Para gestionar tus emociones a tu favor, ten presente que las emociones no son ni buenas ni malas, nos dan información sobre nosotros, y esta información te va a ayudar a conocer cómo las gestionas, en qué situaciones representan un obstáculo y por supuesto cuáles son tus apoyos para conseguir lo que deseas, las que te acercan a tu objetivo.
¿Cómo gestionar las emociones?
Bueno, aquí entramos de lleno en el lenguaje de las emociones. Marshall Rosenberg nos aclara la importancia de aprender a nombrar las emociones.
No estamos enseñados para ello, y sin embargo el concretarlas nos ayuda a entenderlas y nos permite trabajar sobre ellas.
Por ejemplo, si dices me siento feliz o triste con mi trabajo, estás realizando una interpretación muy genérica, que no aclara lo que realmente sientes y estás limitando el abanico de posibilidades que tienes para la acción.
En cambio si consigues concretarla con su nombre, por ejemplo me siento aliviado, tranquilo, entusiasmado, o por el contrario me siento ansioso, frustrado, ofendido, la diferencia es considerable y te permite indagar en la causa, buscar alternativas y actuar de otra forma.
Diferencia entre emociones y creencias
Además debes distinguir lo que son emociones de lo que son creencias, por ejemplo, recuerdo en un proyecto de desarrollo de competencias en el que una de las personas dijo “me siento incapaz de realizar la presentación ante mis compañeros”, en realidad lo que consideraba como un sentimiento, era una creencia.
Se decía a sí mismo que no podía, y este pensamiento es el que le hacía sentir ansiedad, que sí es una emoción: “me creo incapaz y por eso siento ansiedad”.
Una cosa son los pensamientos tipo no sé, no podré y otra son los sentimientos que nos generan.
Cuando esta persona reconoció que su ansiedad procedía de creerse incapaz, fue cuando pudimos trabajar su comportamiento.
¿Y si te dijeras que sí puedes, qué pasaría? Lo que conseguimos es que cambiara su mirada abriéndose a la posibilidad.
Su emoción entonces era de alivio y generaba un abanico de posibilidades de acción.
Como dice Alex Rovira, lo que cre-E-mos es lo que cre-A-mos.
Elena Madurga, Coach de Desarrollo Profesional y Ejecutivo
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