El poder de la conversación: educación y empresa

En nuestro presente sumido en la cultura digital y en un estado de constante conexión hemos desarrollado una serie de habilidades, destrezas e interacciones, donde lo tecnológico es un elemento central y dominante, pero ello está sacrificando, y casi descartando la conversación cara a cara.

En junio de 2014, los magistrados del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, hacían esta afirmación en el caso Riley vs. California:

Antes de la era digital, la gente no solía llevar consigo un alijo de información personal sensible mientras realizaban sus tareas cotidianas. Ahora, la persona que no lleva consigo un teléfono móvil, con todo lo que contiene, es la excepción. Según un sondeo, casi tres cuartas partes de los usuarios de teléfonos inteligentes afirman encontrarse a una distancia no superior a 1,5 m de sus teléfonos la mayor parte del tiempo, y el 12% admite que incluso utiliza su teléfono en la ducha”.

La importancia de la conversación cara a cara

Para la especialista en la interacción entre las nuevas tecnologías y el ser humano, Sherry Turkle, la conversación cara a cara es un requisito para construir confianza, para vender algo y para cerrar un trato.

Parafraseando a Turkle, la cosa va más o menos así: si quieres que tus servicios no se conviertan en productos, debes ofrecer siempre una relación, y para eso es imprescindible la conversación.

Conversaciones informales, excursiones de empresa, programas de desarrollo de liderazgos cara a cara, micrococinas, cafeterías abiertas todo el día, microespacios de gestión emocional, todo cuenta cuando se trata de afianzar la perspectiva crítica, el manejo de la incertidumbre, o el afronte de las crisis en el seno de una empresa.

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La influencia de la tecnología en la comunicación

En adelante, el reto que asoma, es el de reconstruir nuestra añeja capacidad de hablar cara a cara, capacidad que la tecnología está atacando con sus ilimitados y cada vez más potentes recursos disponibles. Una de las cuestiones más perniciosas que impide la conversación cara a cara, es ese imperativo de mantener el control evitando la sociabilidad.

Preferimos un “lo siento” electrónico en lugar de una disculpa personal, y consideramos que la exposición emocional es algo cercano a un cataclismo. A través del refugio en el correo electrónico, en el mensaje editado del chat grupal, en la pantalla de la red social, en ese rotundo “no” al mostrarse más allá de lo virtual, se produce aquello que Turckle denomina el efecto Ricitos de Oro: queremos que nuestras conexiones no estén demasiado cerca ni demasiado lejos, sino a la distancia adecuada.

Al olvidar la importancia del conversar, dejamos de lado nuestra propia humanidad, que requiere de soledades productivas y transformadoras, al tiempo que de espacios de intercambio y conjunción de ideas. Ese es el corazón de un discurso innovador, instalado en la colaboración y en el proceso creativo.

Ya lo decía Gabriel García Márquez, el autor de Cien Años de Soledad, amicalmente hablando:

Yo vivo de mis amigos. Los necesito. Y reservo las horas para ellos como si tuviera un turno con el dentista. Porque sin amigos, ya no queda nada más. Los llamo, los busco, y nos encontramos para la más formidable de las aventuras: hablar, hablar, hablar…”.

El arte de la conversación 

 La sociedad del rendimiento, la sociedad multitarea, nos perturba, nos altera, nos estresa, pero sobre todo nos cansa. Para Byung –Chul Han, el cansancio de la sociedad de rendimiento es un cansancio a solas (Alleinmüdigkeit), que aísla y divide. Muchas manifestaciones de violencia tienen su orto en esa condición.

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La violencia cultural, la violencia algorítmica, tienen relación con la tensión emocional predispuesta por las estrategias publicitarias on line o con la vigilancia que se despliega respecto de nosotros o por nosotros en el mundo virtual.

Finalmente, no debemos olvidar que, la conversación es un término procedente de la locución latina conversari, que significa “vivir en compañía”.

Una compañía que ahora aparece atrabiliada por una antrobología absorbente y cada vez más cognitiva, como en el contexto de las cruentas guerras religiosas del siglo XVII, cuando precisamente emergiera una cultura femenina de la conversación, tal y como lo relata Benedetta Craveri.

El arte de conversar es un sello histórico, es un estilo ingenioso y cortés, es una diplomacia siempre eficaz para abatir las violencias más abyectas. Tal parece que, su valor más apreciado en el mundo empresarial, a decir del Boston Globe, estribará siempre en que “hablar no cuesta nada, pero la conversación no tiene precio”.

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Marco Barboza

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