Tradicionalmente hemos odiado las fechas límite porque siempre hemos ido detrás de ellas, persiguiéndolas, cuando todo pasa por caminar delante de ellas. En lugar de una actitud pasiva o reactiva, la clave es una actitud proactiva y alerta.
– Cuando haya fecha límite, anótala con toda claridad junto a la tarea. Y luego márcala de alguna forma especial (color, etiqueta…) para verla y distinguirla incluso antes que la propia tarea.
– En tu revisión/planificación de tareas diaria y semanal, empieza siempre por estas tareas: cómo vas con ellas, qué vas a hacer mañana, anticipa acciones, si alguien espera algo de ti…
– En tareas complejas, largas o que conlleven intervención de otras personas, sé más cauteloso con esas fechas, ya que hay menos margen de maniobra.
– En proyectos adelanta la fecha límite por otra inventada por ti mismo. Esa nueva fecha te dejará un colchón por si surgen imprevistos.
– Fija unas rutinas que te permitan hacer un trocito de tu tarea con fecha límite bien cada día o cada semana (garantiza la regularidad y constancia).
– Ojo con las otras tareas que repites todos los días (periódicas) porque te impiden centrarte (tiempo y energía) en las tareas con fecha límite.
– Si son a largo plazo haz un análisis previo: descompón la tarea-proyecto en fases y establece deadlines intermedios que te ayuden a calibrar mejor tu esfuerzo.
– No te dejes enredar por nuevas propuestas y compromisos innecesarios porque diaria o semanalmente ya cargas con cosas que tienes que terminar en una fecha.
Las fechas de entrega son un fenomenal mecanismo de activación y puesta en marcha. Y no tienen que ser siempre algo que me imponen los demás. Por ejemplo, cuando no hay yo mismo fijo voluntariamente una fecha ficticia. ¿Por qué? Para cargarme de tensión productiva positiva. Precisamente las utilizo para “activarme”. Porque cuando trabajo en función de objetivos trabajo bien. Pero cuando trabajo en función de objetivos y fechas lo hago todavía mejor.
Fuente: Thinkwassabi.com
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