La Revolución Industrial representa un momento estelar en el despegue del consumo energético de la civilización. La primera Revolución Industrial, asociada al empleo de la máquina de vapor, se inició a mediados del siglo XVIII en Inglaterra. La madera fue el recurso natural que sustentó el inicio del proceso de mecanización de la producción textil lanera y algodonera, y que posteriormente se extendió a otras actividades como la industria siderúrgica. La madera se empleaba en la construcción de barcos y telares y en los hornos de la industria siderúrgica.
Las innovaciones tecnológicas de la industria siderúrgica en Inglaterra a finales del siglo XVIII permitieron sustituir la madera por el carbón, en un momento en que la escasez maderera podría convertirse en un factor de estrangulación de la naciente revolución industrial. La optimización de los sistemas de hilado y la aparición de grandes fábricas textiles, así como la inauguración de las primeras líneas comerciales del ferrocarril a principios del siglo XIX, incrementaron la demanda de carbón y aceleraron el movimiento de mercancías y el comercio internacional de productos industriales. El ferrocarril permitió superar las limitaciones del comercio por vías fluviales y la navegación a vapor. A finales del siglo XIX, el consumo energético de carbón multiplicaba varias veces el suministro energético proporcionado por la madera.
El carbón fue el motor de la sociedad industrializada hasta la Segunda Guerra Mundial. La utilización del motor de explosión en el transporte privado, en la industria bélica y en la navegación marítima y aérea, así como el nacimiento de la industria automovilística y química, dispararon el consumo de derivados del petróleo. El suministro energético aportado por el petróleo superó en decenas de veces la aportación energética de la madera a finales del siglo XX.
Los recursos fósiles son fuentes energéticas no renovables y altamente contaminantes que inexorablemente se agotarán. La Revolución Industrial se enfrenta en las últimas décadas a un agotamiento acelerado de los recursos naturales, necesarios para la producción de bienes y servicios, y a los límites de la biocapacidad del planeta.
Si las previsiones sobre el agotamiento de los recursos energéticos fósiles se hacen realidad, es posible que en unas décadas la disponibilidad de energía fácil y barata termine. La civilización humana deberá adaptarse de forma consciente y voluntaria a un decrecimiento económico ineludible. La civilización industrial se recordará como un destello energético momentáneo en la historia de la humanidad.
Dr. Alberto Ríos Villacorta
www.albertorios.eu
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