La calidad en todas las empresas ya es sinónimo de competitividad. No es una opción, pues supone un riesgo a fracasar y desaparecer: solo las empresas que superen las expectativas de los clientes y consigan tener un valor añadido serán exitosas.
Se plantea, por tanto, la “calidad total” como concepto, emprendiendo un programa de continuidad en la mejora de los empleados. Lo más importante, como habitualmente, es el factor humano, sobre las bases de la planificación, la acción, la prueba y la corrección.
Como pasos imprescindibles en este proceso podemos señalar:
– Constancia en el objetivo de mejora continua, formando a la gerencia en responsabilidades de cambio.
– Abandonar la dependencia de las inspecciones.
– No basarse en el precio, sino en los costes, y el control de los proveedores para la mejora de la producción y de los servicios: el producto es el referente y el manipulado, el riesgo.
– Alejar temores que bloqueen desde supervisión, especialmente en las zonas más cercanas al producto, el cliente interno, los trabajadores.
– Eliminar barreras interdepartamentales, fomentar la comunicación, la cooperación y la fluidez en todos los procesos (a esto contribuyen los perfiles versátiles de la gerencia).
– Cuidar de que los objetivos numéricos: desvían la atención sobre el concepto de calidad.
– Cuidar el control de costes, con prevención, inspección interna y detección de los defectos, garantizando la calidad en el producto final.
Estos puntos de referencia hacen de la calidad un modo de enfocar a la compañía en su totalidad hacia el cliente, ya sea el consumidor final o la persona del escritorio contiguo.
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