En épocas de modificación de hábitos es fácil perderse y distraerse de los objetivos comunes. Cuando cambian las condiciones económicas en una familia, saltan las alarmas de los egoísmos e individualismos, dispersos en épocas de menos necesidad.
Cuando la costumbre nos enfoca en comportamientos donde compartir no es lo normal, ya que en cada casa hay varios televisores, ordenadores y diferentes medios y dispositivos de comunicación personales para cada miembro, ante procesos de recesión familiar lo común es aislarse aún más en la burbuja individual donde el “sálvese quien pueda” tira más que el “pedir ayuda” o el tradicional modelo de unificar criterios y aunar esfuerzos para conseguir vías de resolución que se ha ido perdiendo con el tiempo.
Es complicado, pero a la vez fácil, de visualizar a una familia donde hay problemas mirando cómo cada cual trata de salvar sus objetivos en diferentes caminos, a veces poco compatibles entre sí, de ahí las situaciones de estrés y desavenencias tan desagradables y poco productivas.
En estos casos, no sería tan extraño tratar de dirigir a una familia como si de una empresa se tratase, donde lo primero que se busca es el plan de acción y la cooperación de todos los participantes, tan importante a nivel de estudiar ideas como de crear procedimientos y negociaciones en las que todos ganen.
Donde en familia debería empujar el amor y en empresas la honestidad y compañerismo, siempre que una circunstancia afecte a un colectivo, la base para crecer y salir de situaciones antes de que el empeoramiento cause rupturas y colapsos irrecuperables, es LA UNIÓN.
“La unión hace la fuerza” no es una frase tópica sino uno de los pilares de la evolución humana, desde que el hombre pasó de cazar solo a “organizarse” para crear estrategias y métodos que reforzaban las posibilidades de un grupo frente a diversas eventualidades.
No hace falta tener un Máster en Administración de Empresas para dirigir una familia pero sí que una buena formación general, imprescindible a nivel laboral por supuesto, ayudaría mucho a que las ideas y propuestas tengan una gran capacidad de ejecución, es decir, que una familia con miembros más formados y de mayor nivel cultural y social, tendrá muchas más probabilidades de encontrar soluciones, mejores que una familia de formaciones más básicas.
¿Imprescindible? Por supuesto que no, pero inculcar en las familias la necesidad de formación es tan útil como enseñar a compartir y colaborar con el entorno, creando personas más participativas en general en la sociedad.
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